sábado, 31 de julio de 2010

ARRUGANDO OLLAS

ARRUGANDO OLLAS
No sé a cuántos hombres les habrá pasado lo que a mí respecto a la cocina. El caso es que nunca se me enseñó ni a calentar agua porque los oficios y cosas de la cocina "eran para las mujeres". Sin embargo, por esas cosas de la vida tuve que estudiar en el colegio de noche y cuando regresaba a casa ya mi madre estaba dormida desde hacía su buen rato, así que yo tuve que ir aprendiendo a calentarme algo para comer, freír un huevo, un poco de salchichón, etc., aunque de ahí no pasaba.
Una vez que me casé seguí igual, pero ya teniendo una hija y la señora hospitalizada esperando el segundo hijo, me vi en la necesidad de cocinar algo más que huevos y tuve que hacer arroz. Cuando eso no habían o yo no tenía olla arrocera, así que el arroz se tenía que hacer por el método tradicional y era muy complicado para mí:
- ¿cómo calcular la cantidad adecuada para hacer?
- ¿cuánta agua para que no me quede masudo?
- ¿cuánta sal?
- ¿cuánto tiempo cocinarlo?
- ¿a qué temperatura?
Demasiadas variables, demasiados imponderables y cualquiera o varios a la vez podían fallar. Pero no quedaba otro remedio. Siguiendo instrucciones que me dieron, hice el arroz y bueno... nadie se murió intoxicado cuando menos. Lo cociné después de nuevo algunas veces y poco a poco fui agarrándole más o menos el volado.
Ahora, con la olla arrocera ha perdido toda la gracia hacer el arroz.

Aunque yo no cocinara, siempre sentía curiosidad por detalles y mañas que usan quienes cocinan. Así una vez pregunté a una señora de mucha experiencia porqué a mi mamá (QEPD) siempre se le "gelaron" los suspiros y nunca pudo lograr que le quedaran firmes y crujientes, sino que siempre se le convertían en una masa melcochosa. Ella me habló de la ausencia de crémor tártaro en la receta. Por ahí aprendí algún otro volado práctico con esa señora y quizá otro por allá, etc.

Así pasaron los años, como dice una canción y llegó el momento en que me acogí a la jubilación. Eso sucedió en agosto del 2009.

Un día me puse a ver unos programas de cocina en la tele y me entró la curiosidad por ver si yo podía hacer algo. Empecé a ponerle atención al asunto y pronto se me hizo un berenjenal en el cerebro: me hablaban de "ajo porro", "echalot", "salsa bechamel", "papas, patatas y batatas", todas diferentes, "pimento morrón", "baño maría invertido", "blanquear las verduras", cortes en "brunuá" o en "juliana", "rehogar", "gratinar" y qué se yo cuántas cosas diferentes, todas a cual más de raras y desconocidas.
Algunos pofesionales de la cocina en esos programas son muy considerados con nosotros los simples ignorantes y dan explicaciones claras y sencillas, dicen diferentes nombres con que se conocen los distintos ingredientes en otras regiones y así lo ubican a uno y es fácil entender, pero hay otros que cocinan para ellos y la cámara, no para los aprendices y lo dejan a uno viendo para el ciprés.
Pero yo apuntaba cosa por cosa, no solo los ingredientes, sino también la forma en que hacían algo cuando algún plato me parecía apto para mí.
Unos cuantos programas después, muchas anotaciones en papelitos, me decidí a enfrentar el oscuro, misterioso y espeluznante mundo de la cocina y haciendo de tripas corazón me lancé al ruedo dispuesto a quemar sartenes, arrugar ollas y quebrar cosas y hacer regueros a más no haber.

Aquí, poco a poco les iré contando las peripecias que pasa un lego culinario que se mete en cosas gastronómicas.

7 comentarios:

  1. Me uno al clamor popular... a mi me ha llegado el cuento de unas galletas buenísimas, pero hasta ahí!!!! :)

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  2. ve como todo tiene sus ventajas, cuando hace las tales galletas la capa que queda pegada al molde resulta ser aún más sabrosa que las mismas galletas, y uno por estar a la par es el que tiene la dicha de comerse ese "desperdicio"

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  3. como quién dice: cría fama... y hornea más galletas!!!! :)

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  4. Hablando de galletas y tradiciones
    se fueron antojando mis hermanas.
    Me pidieron que compartiera mis creaciones
    y yo les regalé un par de buenas ganas

    En eso que se acerca un panadero,
    su pañuelo envolvía dos manzanas.
    Me dijo: yo le ofrezco compañero
    enseñarle a hornear en las mañanas

    Le dije que eso era precisamente
    lo que todos en casa esperaron:
    que alguien me enseñara realmente,
    porque mis panes los enfermaron.

    Me dijo: yo tengo todas las recetas
    que más han cosechado exitazos,
    y siempre se llevaron mis galletas
    ya estuvieran enteras o en pedazos.

    Más nunca hago sancocho con las medidas,
    se tiene que saber ganar la buena fama.
    Las horas más felices de las transcurridas
    las he pasado amasando la amalgama.

    Pudiéramos oír que las galletas son dañinas,
    más nunca lograríamos despreciarlas.
    Galletas o galletas tan ricas y finas,
    no queda otro camino que disfrutarlas.

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  5. Ese es mi tío "el Potrillo" Hugo!! Q buena ranchera te rajaste...

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