sábado, 13 de noviembre de 2010

CONTRAPUNTO EN TU ANIVERSARIO
Se apagó el astro claro del cielo,
y quedé en la más negra oscuridad,
respirando con dolor en el pecho,
con dolor en el corazón…,
con dolor en el alma…
Autómata rumbo al cementerio,
autómata que veía, oía, sentía,
sin asimilar en su real dimensión
aquello que estaba pasando…
Y se cerró la tumba entre llantos,
y de nuevo caminando sin sentido,
rumbo a la casa, rumbo al diario vivir...
Y vino luego el dolor en oleadas de fuego,
la inmisericorde tristeza llegando inesperada,
invasora desleal que desvergonzada se instala
en el corazón, cuando no es siquiera esperada.
Y pensé, como tantos dicen, que el dolor
no me dejaría volver a sonreír nunca.
Y creí que viviría triste en adelante
y que sería así por siempre,
porque tú, madre amorosa,
me habías dejado solo.
Más, el espíritu es más fuerte
de lo que se puede sospechar,
y con los días, volví a disfrutar
las cosas del mundo y de la vida,
y volví a reír con espontaneidad.
El río del tiempo siguió fluyendo,
y ya nuestro padre también se ha ido.
Y yo a veces, y mis hermanos creo también,
evocándote, madre, siento ganas de llorar,
más no empiezo, madre…, que no sé si podría parar...

martes, 2 de noviembre de 2010

DÍA DE DIFUNTOS

Flores doquier, lágrimas contenidas.
Tumbas frías recién acicaladas.
Desfile interminable, cual hormigas
las gentes entre las criptas caminan.
Unos rezan por su madre difunta,
otras por su esposo o hermano.
Bullicio, movimiento, ruido y color.
Vidas lamentando la vidas idas,
algún que otro llanto desconsolado.

La tarde cae, la gente se marcha.
Los amos del camposanto vuelven
a tomar posesión de su reino:
la oscuridad, el silencio, la soledad.
Un anciano jadeante, camina lento
entre las tumbas blancas y floridas.
Llega a una humilde cruz de hierro,
de brazos herrumbrosos y delgados,
sembrada directamente en el suelo:
no hay lápida, no hay fosa floreada.
-Lo siento vieja –dice sollozando-
pero es lo mismo de siempre.
No han venido en todo el año,
No lo han hecho tampoco hoy.

Lo siento vieja, nunca volvieron.
¡Nunca volvieron a venir a verte!,
¡nunca una oración más te rezaron!
Sé que eso a ti no te preocupa,
que es en mí en quien tú piensas.
Pero para ellos yo ya estoy tan muerto
como has estado tú por veinte años.
Hace tiempo no me buscan, ni ven,
no me hablan, soy un fantasma
del que huyen avergonzados.
Así es la vida vieja –dice llorando-
Así es del anciano la suerte.
Dichosa tú que con la muerte,
evitaste sufrir este cruel martirio
del abandono y el olvido voluntario.
¡Espérame vieja, espérame hoy!,
como siempre lo hiciste en vida.
¡Espérame que ya voy, ya voy...!

Su voz triste se la fue tragando
el silencio que reía entre las tumbas,
su encorvada figura la fue borrando
la oscuridad bailando sobre las lozas.
La soledad temblaba en el frío aire.

Medio abrazado a la humilde cruz,
al otro día lo encontró el sepulturero.
Una sonrisa apacible, congelada,
los ojos abiertos, ya sin luz,
una mano huesuda extendida amorosa
sobre la húmeda tierra de la sepultura.
Lágrimas ardientes rodaron
por su curtida mejilla en honor
al diario visitante de la humilde tumba.

Asdrúbal Murillo Sibaja

lunes, 1 de noviembre de 2010

2 DE NOVIEMBRE


EN TU CUMPLEAÑOS, MADRE

Quizá algunos los meses y los días,
cuenten desde que se dio tu partida,
y decir cuántos años hoy cumplirías,
tendrían a flor de labio, madre querida.
Más yo, madre amada, no puedo ser así.
Yo olvido tu edad y el día de tu muerte,
más nunca olvido cuánto velaste por mí,
cómo fuiste una madre amorosa y fuerte.

Siempre recordaré cuánto me quisiste,
la forma y lo mucho que me amaste.
la gran y ejemplar madre que fuiste,
cuánto por nuestro bien, te sacrificaste.
Recuerdo que tu campesina sabiduría
siempre el mejor remedio encontraba
para aquel hijo al que la panza le dolía,
o el otro que la muela no aguantaba,
ya fuera al que estaba acalenturado,
o resfriado, tosiento o de todo eso,
un dedo con el martillo magullado,
quizá un doloroso orzuelo, un divieso…
Siempre atendiendo alguna rodilla,
una frente, dedos, un codo raspado,
al hijo que la pobre y vieja bicicletilla
alguna mala pasada le había jugado.

Siempre tu mano fuerte y hacendosa
tenía para todos un rico un bocado:
un gallo o una sopa tan sabrosa,
café fresco, plátano frito o asado,
una humeante y fresquísima tortilla
que ni empezar a enfriar dejábamos,
y de inmediato cubríamos de natilla,
o con gallo pinto la rellenábamos.

Ah, qué mañanas de sábado o feriado,
qué domingos, aquellos en tu cocina:
allí iba madre, a tu rinconcito acogedor,
a que me dieras gallitos con gran amor,
que siempre tenían un sabor delicioso.
Y tenía que apresurarme a comer
que a otro hijo o yerno bullicioso,
súbitamente veía uno aparecer,
y los gallitos había que compartir.

Nuevas tortillas iban raudas al comal,
más agua en la cafetera para hervir,
y por arte de esa magia maternal,
a todos al mismo tiempo nos servía.
Encontrábamos refugio en tu cocina,
consuelo, fortaleza, calor y alegría,
cual pollitos al amparo de la gallina.

En este día sumarías de vida otro año,
mas el destino no lo ha permitido así.
Y no estás aquí conmigo, y te extraño,
me da cabanga madre, vela allá por mí.